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miércoles, 16 de mayo de 2012

Los Espías y la Higiene.


-          Esto es terrible… - Decía Cara Mason con la derrota pintada en la cara.
-          Pero aún no hay nada confirmado. – Le replicaba su incondicional amigo y compañero de trabajo Has Rajhid. Cara era científica de “Corporativa de Tecnología Bio Cibernética” (“CTBC”, en el mundillo científico) y su especialidad la ciber-genética. Era la mejor en lo suyo y por eso CTBC se había desvivido para contratarla. Al igual que Has, licenciado en cibernética con dos doctorados en nano-tecnología, cuyo intelecto y habilidad lo hacían único.
-          ¡Cuando el río suena es que agua trae, Has!. Ya te decía yo que muchos idiotas de Seguridad Industrial se habían relajado mucho en el tema del espionaje. Ahora andan como locos de aquí para allá cuando antes ni se movían de su piso. Los de informática están desbordados de órdenes de trabajo que ellos le cursan cada media hora. Ya no saben a quien ni que investigar. –
Se encontraban en el laboratorio de Has, más precisamente en su despacho, una amplia y cómoda sala, luminosa y amueblada con buen gusto. En el exterior, los técnicos bajo su supervisión trabajaban animados y motivados en los proyectos que tanto Has como la empresa diseñaban.
-          ¿No crees que te estás poniendo un poco paranoica?. Quizás lo que pase es que luego de un largo período de relax la jefatura ha decidido que dicha repartición debe trabajar más. – Un gesto de fastidio cruzó las facciones de Cara pero su gran control personal pudo más.
-          Has, sabes como te aprecio, eres mi mejor amigo, pero a veces vetas de gran idiotez contaminan tu intelecto privilegiado. A nadie le importa la seguridad industrial hasta que la sangre llega al río. – Los verdes ojos de Cara chispeaban cuando hablaba. Era una mujer de gran temperamento y físico algo abultado. Aún así con sus cincuenta y ocho años estaba en buena forma. Has, en cambio, era muy delgado y de estatura media, de oscuros y grandes ojos en una tez oscura y adornada por una prominente nariz aguileña. Has tenía cuatro años menos de Cara y, al igual que ella, estaba en buen estado.
-          Bien. – El hombre se repantigó en su cómodo sillón, secretamente divertido. Siempre le divertía ver a Cara en esa situación pero lo ocultaba delicadamente, no era conveniente enojar a su amiga.
-          Te conozco, Cara. ¿Cuál es el detalle concreto que te inquieta?. –
La mujer se sosegó, Has había encajado bien el comentario.
-          Hace unos meses… - comenzó – Hanoy Bet publicó en la revista de la universidad los resultados de sus trabajos sobre inteligencia fotónica. Nada concreto y sin detalles en lo absoluto pero lo mostrado despertó el interés de la comunidad científica. ¿Sabes quien es Hanoy, no?. El que preside… -
-          …El departamento de investigación robótica, si, ya se, también trabajo en esta empresa. Prosigue, Cara. –
-          Bien, lo que pasa es que a veces eres algo dormido. – Has sonrió con sorna pero no agregó comentario alguno.
-          Unos meses después, los buitres de IAR (Inteligencia Artificial y Robots) intentaron patentar las matemáticas fotónicas que rigen el funcionamiento los circuitos neuronales del cerebro diseñado por Hanoy… -
-          ¡¿Cómo dices?!. ¡Entonces debieron enfrentarse a una demanda legal irreversible!. –
-          No. Los hijos de puta tienen contactos e infiltrados en todos lados. Cuando la oficina de patentes publicó por la red el informe mensual Hanoy llamó inmediatamente a la policía federal y denunció el hecho pero para cuando se hicieron los relevamientos de los archivos de Patentes y Registros la solicitud presentada por IAR había desaparecido junto con todos los borradores. Un día más y se hubiera dado curso a la solicitud. Hanoy quedó descolocado y en ridículo. Finalmente debió retirar la denuncia y ofrecer disculpas a los directivos de IAR. Los de patentes y registros alegaron un error y, como todo estamento administrativo estatal, la impunidad lo recibió en sus cálidos brazos y todo bien. No hubo siquiera un amago de investigación. Encima Hanoy recibió una reprimenda por parte de los directivos de esta empresa, la nuestra, por saltarse los protocolos internos. ¡Es indignante!.  –
-          Pero, ¿por qué el Doctor Bet publicó el trabajo en la revista de la universidad antes de patentarlo?. – Cara se encogió de hombros.
-          Viejos vicios, ingenuidad, torpeza. Quizás la ansiedad de someter su trabajo a la evaluación de sus pares, ¿quién sabe?. Lo cierto es que estamos tan metidos en nuestro trabajo que a menudo olvidamos formalizar los trámites administrativos burocráticos. Hanoy es un excelente científico pero sobretodo es un buen hombre y trabaja con la mente puesta en la Humanidad y somos esa especie de presa preferida por los buitres como los del IAR. Pero lo concreto es que hay alguien de aquí dentro que espía y les pasa datos. Eso es lo relevante. –
-          Esto es muy grave pero de fácil solución. Basta con respetar los protocolos internos y ya. –
-          Si ese es el camino sencillo de los mansos pero mientras tanto dormimos con nuestros propios violadores y CTBC, tranquila. No ha tomado una sola medida concreta como no sea poner a correr a los inútiles de Seguridad Industrial. –
-          No sabes que medidas se pueden estar cocinando por debajo de eso. –
-          ¡Deben ir contra IAR de frente, les han mojado la oreja!. ¿Qué clase de orgullo ostenta esta empresa?. –
-          Comprendo tu indignación pero creo que nada podemos hacer nosotros desde el llano como no sea seguir trabajando y hacer las cosas sobradamente bien. Si respetamos los protocolos internos y los administrativos estatales no creo que encuentren una brecha por donde infiltrarse. – Cara miró a su amigo con expresión frustrada e insatisfecha. Recogió las carpetas que había dejado sobre el escritorio de Has al ingresar a su oficina y comenzó a avanzar hacia la puerta.
-          Espero que sea así. Desearía pensar como tú pero creo que los de IAR son lo suficientemente sucios como para torcer cualquier recta vara. – Dicho esto se marchó del laboratorio sin más.

                                  …………………………….

Io Sodosky era un maniático en muchos aspectos. Llegaba siempre a la misma hora a las puertas de IAR y realizaba los mismos movimientos, las mismas acciones, recitaba las mismas palabras con las mismas personas. Quería y exigía que todo se viera de una determinada manera y que nunca cambiara. Amaba la monotonía y la previsibilidad hasta el desquicio. Planteaba su caprichoso escenario diario de una manera determinada y todo el mundo debía ajustarse a el. Claro, no era gratuito que todo el mundo bailara su música. Sodosky era el presidente del directorio de la empresa, fundador y poseedor del setenta por ciento del paquete accionario. Era el amo absoluto y todo se hacía de acuerdo a sus exigencias y caprichos. Pero había algo que lo obsesionaba: La limpieza, o peor, la asepsia. Vivía pensando en las enfermedades, en los microbios, las bacterias y en que el mundo era un lugar infecto únicamente diseñado para su padecimiento. Evitaba el contacto físico con otras personas hasta el extremo de usar guantes casi permanentemente. Se trasladaba en su pomposo vehículo con chofer separado del mismo con vidrio hermético y jamás se sacaba el barbijo si estaba ante otra persona. Tanto su casa como su lugar de trabajo, un despampanante despacho del cual jamás salía si no era para irse a su mansión, eran recintos esterilizados electrónicamente, controlados milimétricamente por sistemas robóticos especialmente diseñados en el que solo se respiraba aire puro. Ni una mota de polvo, ni una microscópica pelusa, nada flotaba en los escasos lugares donde se sentía a salvo y contenido. Nadie ingresaba a su hogar ni a su despacho, todo parlamento se tramitaba vía conferencia de video. Un auténtico regimiento de personas trabajaba para él en las tareas de limpieza y acondicionamiento de su hábitat, entre los que había verdaderos profesionales y hasta un cerrado grupo de científicos. Antes de entrar a cualquiera de los escasos recintos donde pasaba buena parte de su jornada se desnudaba y se sometía a duchas desinfectantes. Acto seguido se cambiaba de ropas íntegramente y desechaba cualquier objeto que lo acompañara durante su trayecto. Esto costaba millones anuales a la empresa pero nada se podía hacer. Con esto y todo, siempre ingresaba a su despacho antes de las siete de la mañana, para lo cual debía despertar antes de las cuatro de la madrugada, pero Sodosky solo dormía tres o cuatro horas diarias. Claro, todo lo que el hombre tenía de limpio por fuera lo quintuplicabla de sucio por dentro. Sodosky no sabía lo que era el bien. Todo planteo, todo plan de acción, lo trazaba desde la perversidad, desde su profundo odio hacia las personas, desde su ego super desarrollado, desde su miserable esencia inhumana. Por eso amaba los robots, porque eran las personas perfectas, programables, obedientes, sumisas. No admitía la discusión ni planteo alguno, solo existía su criterio corrupto y su mentalidad deforme. De esta manera acumuló miles y miles de millones, muchos más que su competidora CTBC, y había crecido tres veces más en las últimas dos décadas. Pero, claro, esto lo había logrado repartiendo dinero en cataratas, comprado miles de voluntades y haciendo que sus tentáculos se extendieran por todos lados, creando una cerrada red de adherentes asalariados tan podridos como él. Sodosky contaba con setenta años y nunca había sido otra cosa que lo que era hoy día. Creció a la sombra de su padre del cual heredó una monumental fortuna con parte de la cual fundó IAR a los treinta años y allí se quedó dando a su vida una homogeneidad poco usual. Era totalmente calvo y de cuerpo enjuto y encorvado con una estatura de no más de un metro setenta. Su rostro carecía de cualquier pilosidad y color y sus negros ojos redondos resaltaban con intensidad. El conjunto era el de un ser absolutamente inofensivo y benévolo pero no podía ser mas engañoso. Io Sodosky era el mal en envase chico en su máxima expresión. Por añadidura nunca nada le había salido mal siquiera en sus más mínimos detalles y hasta sus más excéntricos caprichos habían sido materializados. Cuando decidió que CTBC debía desaparecer no fue porque la considerara un peligro para su propia empresa sino porque se le antojó. De esta manera decidió que el espionaje sería la forma más eficiente y limpia de matarla y, como todas sus apreciaciones, estuvo en lo correcto, lamentablemente su intelecto era colosal. Fue por ello que cuando le informaron que lo de Bet había fracasado casi enloquece y la furia le nubló la visión.
-          ¡¿Quién fue el idiota que estuvo a cargo?!. – Vociferaba a la pantalla ante la cara aterrorizada de su gerente principal. Con voz vacilante el subalterno trató de dar una explicación.
-          No…no fue nadie en especial, señor, la operación fracasó porque el Doctor Bet actuó inmediatamente. La oficina de patentes publicó en la red el informe de registros demasiado pronto. No hubo tiempo de materializar, de formalizar, la solicitud. – Pero Sodosky estaba fuera de sí.

-          ¡¿Qué dices idiota?!. ¡Gasto millones al mes sobornando cuanto imbécil del gobierno o burócrata se me cruza por el camino!. ¿Y cuando necesito de ellos me fallan?. ¡No me vengas con esas!. ¡Tú eres el culpable!. ¡Tú eres quien me asesora acerca de a que apestosa rata burócrata debo o no comprar, así que, arréglalo o te echo como el inútil desechable que eres!. – Y se cortó la comunicación. El gerente se quedó de una pieza, temblando, helado. Si lo despedían de IAR nunca encontraría trabajo en otro lado, sería un paria, un indigente. Ron, así se llamaba, Ron Pol, tomó el teléfono y pensó en llamar a alguien pero se quedó a mitad de camino. No sabía a quien llamar, y sería mejor que se le ocurriera algo pronto.

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Emilio Ruiz trabajaba en el departamento de informática de CTBC. Fue un prometedor ingeniero de alto intelecto y buenas ideas pero cuando lo saltearon en un puesto de mediana jerarquía se trastornó. Ron Pol, así se llamaba quien lo llamó aquella fatídica tarde (¿porque será que las malas noticias son peores en las primeras horas de la tarde?), se identificó como directivo de IAR y le ofreció el mismo puesto por el mismo salario (¿cómo se habría enterado?). Emilio declinó la oferta dado que replicó que por más responsabilidad mayor salario pero no hubo caso. Por su pantalla pasaban todos los proyectos de CTBC, detallados, precisos, completos. Entonces se le ocurrió otra cosa. Un mes después se convertía en espía de IAR por cantidades de dinero que cuadruplicaban su salario en CTBC. Esa tarde recibió un llamado de Ron, parecía muy exaltado.
-          Me enteré… - decía Emilio… - toda una fatalidad. –
-          Escucha, Emilio… - Decía Ron. - …necesito tu ayuda. Mi cabeza pende de un hilo. Si no le doy al hijo de puta de Sodosky algo muy grande me hunde… y tú conmigo. –
-          Ron yo hice todo bien… -
-          ¡Lo se, lo se!. Pero a veces no alcanza. El dinero que ganas justifica que de tanto en tanto te extremes un poco. Ese momento es ahora. Es a vida o muerte. Tienes veinticuatro horas.
-          ¡¿Qué…?!. ¡Oye está loco…yo no puedo…!. – Pero la comunicación se cortó y por más que Emilio lo intentó y lo intentó ya no pudo comunicarse con Pol.
Frenéticamente comenzó a operar su computadora. Ante sus ojos desfilaban todos los proyectos de CTBC pero no encontraba fisura alguna, todo estaba debidamente documentado. Debía darse prisa, alguien notaría su injustificada permanencia en esos archivos, pero las bases de datos se agotaban una tras otra y nada. Tras cuatro horas de búsqueda decidió salir de la rutina de búsqueda para no  despertar sospechas. Seguiría al otro día y, si no encontraba nada, debería huir del país para evitar a la ley y, peor aún, a Sodosky, quien seguramente lo mandaría matar. Estaba por salir del programa que habitualmente usaba cuando una tardía orden de archivo llegó. Leyó el encabezado y su corazón se aceleró: Un trabajo de Cara Mason, una de las más encumbradas científicas de CTBC. Leyó el asunto y una corriente de algarabía le recorrió el alma: Tejido biosintético adherente a cualquier material y autoregenerativo.  No lo podía creer, lo que IAR venía buscando desde décadas para darle aspecto humano a sus robots. El formato venía en borrador para archivar pero con un detalle y una prolijidad injustificable para un formato tan primario. Claro que se trataba de Cara Mason, una investigadora increíble, poseedora de una prolijidad y una atención en los detalles prodigiosos. Era un regalo del cielo, nadie podría reclamar un trabajo indocumentado y si IAR trabajaba presta y organizadamente podía considerarlo suyo. Era el golpe maestro. Luego de esto desaparecería escondiéndose en alguna remota isla del pacífico a disfrutar de los jugosos dividendos obtenidos por este trabajo. No era una tarea de espionaje cualquiera, era la cima. Copió el archivo en su disco portátil y se encaminó a la salida. Ya en la calle llamó al móvil de Pol. Esta vez lo atendió.

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Io Sodosky no podía creer lo que había en su computadora: Un trabajo increíble de Cara Mason listo para ser patentado y sin derecho a reclamo ni demanda. Desde la pantalla del videófono Ron sonreía con toda su dentadura. Sin embargo el rostro de Sodosky seguía sombrío.
-          ¿Cómo has conseguido esta joya?. –
-          Es demasiado bueno para ser verdad, ¿no?. –
-          ¿Quien es el contacto?. –
-          Emilio Ruiz… -
-          Ah… -
-          Ya hizo varios trabajos para nosotros… -
-          Si… -
-          ¿Le doy curso?. – Sodosky le dio un momento de suspenso a la charla.
-          Por supuesto. – Sentenció al fin. Ron Pol salió de su despacho a la carrera. Esta vez no habría errores.
Un punto negro voló desde un armario a la espalda de Sodosky hasta la abertura de climatización. Una luz de espanto infinito se pintó en el obsesivo anciano.
- ¡¡¡Una mosca en mi despacho!!!. – Vociferó. Y salió corriendo a las duchas químicas. Mucha gente perdería su empleo hoy.

Al otro día un grupo de tres directivos de CTBC pedían entrevistarse con Sodosky. Cuando el fundador de IAR se enteró esbozó una sonrisa socarrona.
“Seguramente vienen a entregar la empresa” pensó y se soñó ofreciendo a los  derrotados directivos un precio infame por CTBC. Pero la actitud de los tres hombres que ingresaron a su despacho (excepción hecha solo por el momento de gloria presunta pero sin excluir el barbijo) era muy distante de la que imaginaba y eso lo desconcertó. Sin mediar muchas palabras le mostraron el video donde él y Ron Pol hablaban del hurto al trabajo de Cara y una confesión escrita de Emilio Ruiz.
-          Nadie irá a la cárcel si acceden a nuestros términos. – Le decía el máximo directivo de Seguridad Industrial. – Incluso archivaríamos la confesión de Ruiz pero en lo que a usted respecta tiene veinticuatro horas para declarar el cierre de IAR y retirar sin cargo el paquete accionario del mercado de valores. – Sin decir una palabra más se retiraron con paso ágil.
Al otro día Sodosky declaraba el cierre y quiebra de IAR y tres horas después se suicidaba “higiénicamente” en su mansión. Nadie pudo nunca develar como se había filmado ese video, es decir, casi nadie.

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Cara estaba en el despacho de Has tomando un te de cerezas mientras miraba a su amigo con expresión pícara.
-          Debo reconocer que me fui de boca, de idiota no tienes un pelo. –
Has miraba concentrado un pequeño frasco de vidrio con algo muy pequeño y negro dentro.
-          En lo futuro me empeñaré mucho más en los detalles. Reconozco que si la miras con algo de atención te das cuenta de que realmente no es una mosca pero, ¿quién mira una mosca con atención?.– Dijo el científico en nano-tecnología.
-          Y menos aún el obsesivo Sodosky. –
-          Lástima que no la mirara de frente,… - dijo mirando aún la mosca robot en el frasquito - …me hubiera gustado tener una imagen de su cara espantada y su grito de horror. -     
      
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