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lunes, 30 de enero de 2012

Octavo Relato.

                                                             Inhumano

Trabajaban en la sección de investigaciones de la empresa desde hacía cinco años, habían entrado al mismo tiempo, amaban su trabajo y habían desarrollado una labor sobresaliente. En los cuarenta minutos que otorgaban de descanso se sentaban siempre en el mismo banco de madera, al frente de la enorme mole de cemento, a conversar, a intercambiar información. Pero ese día algo abrumaba a ambos, aunque más a uno que al otro.
-    Te felicito… – Dijo con voz apagada. Su acompañante volvió la mirada hacia él.
-    Vaya…Me tomó de sorpresa. – Respondió a su amigo.


-    Te lo mereces, has desarrollado una labor brillante. Captaste la atención del directorio, los deslumbraste. –
-    Si, es verdad, pero solo aspiraba a la jefatura, nunca pensé… -
-    ¿Lo dices por Latuff?. –
-    Si. Tiene sesenta y dos…Le quedaban tres años y se hubiera jubilado con un escalafón mucho más alto…Un sueldo de casi el triple. –
-    No creo que sus pensamientos pasen por allí. - 

-    Lo se. Nuestro jefe soñaba con ese puesto, se lo merecía. Siempre fue un buen superior y de no ser por su impecable gestión mi labor no hubiera brillado tanto. Es generoso y lleva cuarenta años en la empresa. Se debe sentir traicionado, olvidado. Ayer era mi jefe y mañana yo lo seré de él. Es injusto. –
-    Pero tú eres más capaz, podrás llevar el departamento a niveles insospechados. ¿Crees que el directorio no lo sabe?. –
-    Claro que lo se pero podría igualmente haberlo hecho desde la jefatura con Latuff como gerente. Luego de tres años, con el felizmente retirado, podría asumir yo su cargo y todos felices. –
-    Si, lo que pasa que los tiempos del corporativismo no son los tiempos de la gente. –
-    Si, es inhumano. ¿Qué crees que pasaría si planteo esto a Recursos Humanos?. –
-    Y… Que pueden pasar dos cosas: Que el interés en ti sea tan grande que toleren tu propuesta o que directamente te reemplacen por otro. Es una jugada de riesgo. –
-    Pues, creo que jugaré. Para mi es más importante mi ética que los ascensos. Iré ahora mismo. –
-    ¡Bien por ti! . No esperaba otra cosa de mi compañero. –
Ambos se levantaron del banco de madera. Uno se dirigió a las oficinas de Recursos humanos. El otro robot a reanudar sus tareas.



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lunes, 23 de enero de 2012

Séptimo Relato.

                                                           Jugar el Juego

Los videos de seguridad del Casino Royal eran de muy buena calidad y excelentemente detallados.


Incluso la empresa de seguridad contratada por la prestigiosa casa de juegos poseía todo el software existente para procesar imágenes a niveles realmente finos, aunque en este caso estaba todo tan claro que, además de la mera observación visual, no hacía falta ningún otro artilugio para concluir acerca de lo sucedido:
“Un hombre había ingresado al baño de caballeros y no salía. Advertido esto por las cámaras de seguridad, un grupo de agentes se acerca al lugar, ingresan al recinto y no encuentran absolutamente a nadie, ni en el baño, ni en todo el edificio, ni en los alrededores. Unos quince minutos después ingresa otro hombre y se repite lo anterior, desaparece en el aire, ni rastros de ninguno de los dos hombres.”

El primer hombre había ingresado exactamente a las diecisiete horas, nueve minutos, treinta y dos segundos. Era alto, de intensa y corta cabellera negra, bronceado e iba muy bien vestido, casi a niveles de opulencia. Se dirigió directamente a la mesa trece de ruleta y apostó veinte mil al veintidós. Ganó. Se llevó una pequeña fortuna. Luego se encaminó a las cajas y cambió las fichas por el efectivo. Acto seguido se introdujo en al baño y se esfumó en el aire. El segundo hombre ingresó al casino a las diecisiete horas, veinticinco minutos, dos segundos. Sacó de su bolsillo lo que parecía un teléfono móvil pero, al examinar con zoom la imagen, se determinó que no era lo que parecía. En realidad el aparato no se parecía a nada conocido. Caminó apresuradamente y recto hacia el mismo baño y también desapareció. El jefe de la brigada de detectives de la localidad miró el video una y otra vez tratando de captar detalles y grabarlos en su mente pero solo advertía trivialidades que no lo llevaban a ningún lado. Lo que no se podía dejar de advertir era la enorme diferencia de estilo y apariencia que había entre los dos hombres. El primero era un tipo atildado, sereno, calculador. Sus movimientos eran suaves y perfectos, de felino, y mantenía una eterna semi sonrisa en el rostro. Era una persona agraciada y se podía considerar un hombre altamente atractivo. El otro mantenía los rasgos serenos y calculadores del primero pero era de rasgos duros, toscos. El cabello cortado a cepillo, con expresión reconcentrada y actitud de mastín. Era corpulento hasta la tosquedad pero ágil y elástico. Incluso mientras uno, el primero, vestía finamente, con atuendos de evidente calidad, el otro parecía vestido para fajina, con prendas color pardo y botines cuasi militares pero sin el sesgo de uniforme, ropa de buena calidad también, pero más ordinaria en el gusto.
 
- No cabe duda, el primero huye del segundo. – El inspector Madi era un sujeto pequeño, de mirada firme y ojos penetrantes, calvo y de pequeños bigotes bajo una nariz ganchuda. Madi era feo y de figura insignificante pero un profesional impresionante reconocido en todo el país y en aquellos países donde le tocó actuar. Su foja era inmaculada y jamás dejó un caso sin resolver. En sus manos todo parecía fácil y fluido.
Pero este caso…
-    ¿Por qué lo dice?. – Preguntó el agente que manipulaba los videos.
-    Por su actitud. Nunca reposa la vista, siempre alerta, tenso, aunque sepa disimularlo muy bien, esos detalles no escapan a un ojo experto. –
En ese momento entraba a la sala de vigilancia el jefe de la custodia.
-    ¿Puede adelantar algo?. – Le pregunto a Madi.
-    ¿Acerca de qué?. – Repreguntó Madi mordaz. Una mueca de impaciente fastidio se pintó en su interlocutor.

-    Pues…Acerca de la razón de su presencia aquí…Sabe muy bien que el Casino lo contrató en forma privada y la paga una fortuna por su intervención. –
-    ¡Claro que lo se muy bien, pero no hace una hora que estoy aquí!. Después de todo el suceso tiene una semana y, por lo que se ve, a ustedes no les fue muy bien que digamos. – La cara del otro se enrojeció. Sabía que Madi era un tipo imposible de intimidar y duro de tratar pero no se hacía una idea de cuanto.
-    Mire, inspector… - Madi lo cortó en seco.
-    ¿Sabe, señor… - Miró la placa de identificación del otro. - ¿…Olmos?. No necesito dinero, poseo poco pero el suficiente. Si intervengo en este caso no es por otra razón que la intriga misma y mi incurable curiosidad, por lo tanto, no me presione. Haré las cosas a mi manera y cuando tenga los resultados se los expondré. Le ruego que hasta ese momento se abstenga de dirigirme la palabra y menos aún en ese tono tan maleducado y prepotente. Si no le gusta, se aguanta y solo me iré en el mismo momento que las “auténticas” autoridades del Casino, esas que me pagan, me lo soliciten. –
Decir que a Olmos no le gustó nada lo dicho era mera pequeñez, en realidad estaba tan furioso e impotente que se marchó sin decir una palabra y cerrando la puerta con estrépito ensordecedor.
-    Lo hizo enojar… - Dijo el operador con sorna.
-    Doble trabajo… - Remató Madi.
El inspector se fue con copias de los videos hasta su casa y se dispuso a observarlos con mayor atención. “El hombre fino y el hombre hosco: Sam y Pepe”, así los bautizó para simplificar. Observó que Sam ingresaba al Casino con paso seguro pero quería aparentar una inexistente relajación, distracción, pero a Madi no lo engañaba. Cuarenta años de servicios no eran sandeces. No obstante, Sam era un verdadero artista en el tema de ser invisible o llamar la atención, según fuera el caso. No se molestó siquiera en tomarse un minuto para elegir una mesa de ruleta y, a pesar de que la trece le quedaba bien a trasmano, fue directamente hacia esa mesa dando pequeños rodeos aquí y allá. Una vez allí se paró directamente en línea con el número que deseaba coronar, a pesar de sus poses distendidas y su repartija de sonrisas a un par de mujeres bonitas e insinuantes. El crupier lanzaba bola tras bola y Sam solamente miraba su reloj sin amagar a hacer apuesta alguna, pero, a unos dieciocho minutos de su llegada, hizo la apuesta al veintidós y esa única jugada le llenó los bolsillos de fichas de cien. No se retiró inmediatamente pero no volvió a apostar a pesar de los ánimos que le daban, especialmente un par de mujeres seductoramente hermosas. Una vez cambió las fichas se sumergió en el baño de caballeros. Unos diez minutos después entraba Pepe en el Casino y, tras consultar su extraño aparatito, se dirigió presurosamente al baño tras Sam. Una hora después, evidentemente alertados por los de la sala de monitoreo, cuatro agentes entraron presurosos al baño para descubrir que no había ni rastros de ninguno de los dos hombres. Por más que miró los videos una y otra vez durante toda la noche Madi no pudo encontrar algo lógico de que aferrarse. Por la mañana, fastidiado y sin dormir, Madi desayunaba sin ideas que fundamentaran una estrategia, aunque más no fuera a corto plazo, que trazar.
“Si algo no tiene lógica, pues vayamos por las ideas más descabelladas” pensó. “Repetitividad” y salió presuroso.

 Horacio Gualas, “Cable” para los amigos, era su delincuente informático de cabecera y contar con sus ilegales servicios le había valido la resolución de varios delitos graves y a Cable unos cuantos miles que no le habían venido nada mal, a más de pertenecer a la plantilla estable de proveedores del departamento policial al que pertenecía Madi que era el mentor de su acomodada situación.
-    ¿Me lo puedes repetir?. – Le decía en ese momento Cable.
-    ¿Eres tonto?. Te he traído un video que muestra una situación. Quiero que explores en los servidores de Casinos de la zona circundante al Royal, unos ochocientos kilómetros a la redonda, a ver si se produjo algún hecho similar en las últimas dos semanas. -
-    ¿Te das cuenta de lo que me pides?. Debo forzar una entrada a un servidor privado, bajar los videos de vigilancia, catorce videos de veinticuatro horas, mirarlos todos y aislar la parte que te interesa. Todo eso repetido por la cantidad de Casinos que queden encerrados en el área que definiste. ¡Demoraré treinta años!. –
-    Tienes veinticuatro horas. Si lo logras te forrarás. – Una expresión de interés se pintó súbitamente en el demacrado rostro de Cable.
-    ¿De cuanto estamos hablando?. –
-    Trabajo para el Royal, no les cobraré una bagatela precisamente. –
Cable sabía que Madi no lo decepcionaba cuando le hablaba de dinero y siempre salía reconfortado de un trato con el policía.
-    Necesitaré ayuda. – Concluyó Cable.
-    Haz lo que quieras. – Respondió el Inspector y sin más se marchó.

 

A cable le llevó cuarenta y ocho horas el trabajo lo que le valió una gran bronca por parte de Madi pero el policía estaba igualmente satisfecho dado que el retraso estaba dentro de sus cálculos. De todas maneras bien había valido la espera dado que el trabajo de Cable era impecable. En un Casino, El Queen, se había producido un hecho similar una semana antes y los protagonistas eran los mismos. Se imaginaba que la empresa no daría a publicidad absolutamente nada y que estaría investigando en el más absoluto hermetismo. Pero, a pesar de la absoluta competencia de Cable en la obtención de lo deseado, Madi no encontraba pistas que seguir. Decidió dar otro tiro al aire y pidió a cable que hiciera lo mismo pero a partir del Casino Queen. Otras cuarenta y ocho horas y otra bronca arrojó otro resultado, esta vez en el Casino Palace. Dos semanas antes del Queen y manteniendo una distancia similar. Parecía un tenue, muy tenue patrón, pero algo a partir de lo cual empezar a trabajar. Madi escribió los nombres de los Casinos en una hoja de papel y los miró por largo rato. Horas mirando la maldita hoja y…
Con los ojos desmesuradamente abiertos se abalanzó sobre el teléfono y llamó a Cable.

El atildado y atractivo hombre ingresó al baño de caballeros del Casino Savage e inmediatamente llevó su mano al interior de su chaqueta. Sin embargo detuvo su movimiento al advertir que la puerta de uno de los cubículos se abría y un pequeño hombrecito calvo y de intensos ojos de ratón salía del mismo.
-    No se detenga… - Le dijo Madi. – Es mejor que se apure antes que llegue el gorila. - Sam lo miró sonriente y sorprendido.
-    ¿Quién es usted?. – Madi terminaba de lavarse las manos y se encaminó hacia el alto y misterioso hombre.
-    Quien ha descubierto su juego. Y el de su amigo, el gorila que lo persigue. – Sam sonrió con desprecio.
-    Eso es imposible. Usted no puede entender nada. –
-    Eso es una verdad a medias. No entiendo como lo hace pero si lo que hace y es realmente lo que me importa para poder acabar con usted. – Sam seguía sonriendo con suficiencia.
-    Usted no puede detener a nadie… - Y llevó su mano derecha a la parte izquierda de su saco. Pero Madi no era de andarse con chiquitas. En una fracción de segundo el enorme revolver del policía apuntaba con mano firme al entrecejo de Sam.

 
-    Pero…¿Qué demonios?... – Sam se sentía verdaderamente sorprendido. Rápidamente Madi lo esposó al caño del lavatorio. Su eterna sonrisa había volado de su rostro.
-    ¡En unos segundos esa puerta se abrirá y conocerá el infierno!. –
-    Si lo dice por mí le observo que no soy yo quien está amarrado al caño. Puedo largarme cuando quiera. –
-    ¡El tipo que me persigue solo busca matarme!. –
-    Puede…Aunque no lo creo. Pero si tiene ganas de conversar podría empezar por contarme donde deposita sus ganancias ilegales. – Sam intentaba frenéticamente mirar su reloj pulsera pero esposado como estaba, a la espalda, resultaba imposible.
-    Son las diecisiete doce… - Le informó Madi. Sam entornó los ojos y el desconcierto le barrió la cara.
-    No puede ser… - Susurró.
-    Claro. Usted se pregunta como es que su amigo no entró en escena aún. – Sam lo miraba presa de la furia y el desconcierto pero en absoluto silencio. Madi extrajo una radio de su bolsillo.

 
-    Traigan a nuestro amigo. – Dijo presionando un botón del intercomunicador.
Treinta segundos después cuatro agentes del Casino entraban con Pepe firmemente amarrado, incluso de los pies. El gigante apenas si podía caminar y había sido inmovilizado como si se tratara de un peligroso y hambriento tigre. Una vez lo situaron Madi se le acercó sonriente.
-    Parece que hemos hecho su trabajo. – Le dijo a Pepe acercando algo el rostro pero manteniendo una prudencial distancia.
-    Considérense todos muertos. – Amenazó Pepe entre dientes.
-    No, mi amigo, justamente ustedes dos y sus juguetitos serán la garantía de nuestra seguridad. - En ese momento Olmos entraba en escena acompañado por el gerente del Casino Royal y Savage.
-    Buenas tardes. – Dijo el gerente del Savage. - ¿Podría explicarnos que pasa aquí?. – Madi sonrió condescendiente.
-    Sucede que el viejo Madi ha solucionado el caso, que por cierto… - Le dijo al gerente del Savage. - …le costará a usted lo mismo que a la gente del Royal dado que he actuado en su establecimiento. –
-    El dinero no es problema. Explíquese, por favor. –
-    Bien. – Comenzó Madi. – En este caso he tenido que usar la imaginación más que la lógica la cual apliqué en los últimos tramos. El atildado caballero, al que bauticé Sam, se pasea por diferentes casinos ganado pequeñas fortunas que luego nos dirá donde tiene depositadas para así reponer el dinero. –
-    Es lo que menos interesa. – Dijo el gerente del Royal.
-    Si, lo se. Pero el dinero tiene que volver a donde corresponde para no producir paradojas fatales. –

 
-    ¿Qué dice?. – Preguntó Olmos confundido. Madi tomó su radio.
-    Hagan pasar al profesor. – Ordenó. Un hombre entrado en años apareció por la puerta del baño.
-    Les presento al Doctor en física cuántica Javier Pret. Ilústrenos, doctor. – El aludido carraspeó un par de veces.
-    Buenas tardes. – Balbuceó. – La teoría del Inspector se aplica a algo aún no probado por la física tradicional, no al menos en la práctica pero… si algo material de un determinado plano del tiempo se traslada a otro plano se amenaza con romper el equilibrio universal provocando una paradoja que alteraría el delicado equilibrio espacio/tiempo. –
Nadie entendía absolutamente nada. Madi tomó la palabra.
-    Estos dos tiernos angelitos vienen del futuro. ¿Cuánto tiempo adelante?. – preguntó a los hombres esposados.
-    Doscientos años. – Contestó Pepe.

 -    Como pueden viajar al pasado pueden ver el futuro. Entonces, Sam viaja al pasado, ve que número va a salir en determinado Casino, que mesa y a que hora, hace la apuesta y gana. Luego se marcha presuroso porque sabe que Pepe le pisa los talones. Es muy posible que Sam esté depositando este dinero en otro plano temporal por lo que está amenazando nuestro propio espacio/tiempo. ¿No es así, Sam?. – El aludido sonrió levemente.
-    Mi nombre no es Sam y, sí, así es. – Madi sonrió satisfecho.
-    Como debe estar actuando de manera que peligra también el equilibrio del plano temporal de donde vive Pepe, este lo persigue para lograr detenerlo y posiblemente tenga orden de suprimirlo. ¿Es así?. – Preguntó dirigiéndose a Pepe.
-    Si a medias, mi nombre es Rack y mi misión es detenerlo y trasladarlo vivo a mi época donde lo enjuiciaremos, para nada asesinarlo. Soy guardián del orden como usted y no un asesino a sueldo. –
-    ¿Pertenecen a la misma época?. – Preguntó Madi.
-    Si. Este hijo de puta robó el emisor temporal de un laboratorio y comenzó con sus inconciencias. No sabe en absoluto el daño que puede provocar. –
-    Sí lo sabe, amigo Rack. Es por eso que para evitar paradojas que lo perjudiquen personalmente, como encontrarse con él mismo en un determinado momento, estableció un orden determinado, como elegir los casinos  a una determinada distancia uno del otro, ordenarlos por orden alfabético, Palace, Queen, Royal, Savage y tomando los números a una misma hora apostando siempre la misma cantidad de dinero. Por lo tanto era absolutamente conciente del daño que ocasionaba. -
-    Bien – Dijo Rack. – Ya saben que es un delincuente. ¿Puedo llevármelo?. – Madi sonrió meneando la cabeza.
-    No tan deprisa. Dígame una cosa: ¿Pueden ambos viajar con el mismo aparatito?. – Rack lo miró inquieto.
-    Pues… Si, podemos. – Madi sonrió como aliviado.
-    Bien, entonces uno de los chismes quedará aquí. – El rostro de Rack se llenó de alarma.

 -    ¿Esta usted loco?. ¿No se da cuenta del desastre que puede provocar en manos irresponsables?. ¿O acaso no lo ve?. – Terminó de decir en obvia alusión a Sam.
-    Por supuesto pero deberá confiar en mí dado que el artilugio quedará bajo mi custodia. Si por alguna razón se les ocurre amenazarnos, y hablo de aquellos que vivimos bajo este plano  temporal, les enviaré algo que produzca una paradoja en vuestro propio plano. De esta manera tendremos las cosas equilibradas. Hemos descubierto sus secretos y esto puede que fastidie los planes de algún energúmeno de entre su gente. –
-    Su vida no valdrá nada en cuanto se difunda que posee semejante tecnología. –
-    ¡Oh!, eso déjemelo por mi cuenta, he salido de peores. –
Rack luchaba consigo mismo pero sabía de hombres y reconocía en Madi a un tipo inclaudicable. La captura de Haigh, o sea Sam, bien la valdría una disculpa por el transportador perdido, o no, ya inventaría algo.
-    Bien. – Farfulló Rack entre dientes. – Les doy el de él. – Dijo señalando a Haigh. Madi lo enfocó con ojos risueños negando con el dedo índice.
-    No, no, no. El que quiero es el suyo. -
-    Pero, ¿por qué?. – Reaccionó airado Rack.

-    Porque se que a usted le han dado un aparato que funciona perfectamente. El de Sam, ¿Cómo puedo saberlo?. –
Rack pensaba furiosamente. Sabía que el transportador de Haigh se inutilizaría en pocos minutos y se enfrentaba al peligro de quedar atrapado en esta época para siempre. Era por eso que sabía que la captura de su perseguido sería cuestión de tiempo.
-    ¡Está bien, está bien!...Acepto. - Exclamó desesperado.
Ambos fueron amarrados juntos y se le proveyó a Rack el aparato de Haigh. La maniobra fue llevada a cabo por varios hombres y con mucha cautela en función de la potencial peligrosidad de Rack. Este último, luego que todo estuvo dispuesto, operó el aparato y ambos simplemente se esfumaron en el aire.
Con los ojos desmesuradamente abiertos todos habían acudido a algo fuera de la comprensión colectiva y Olmos buscó con la mirada a Madi pero no lo encontró. Lo alcanzó a divisar por el vano de la puerta del baño saliendo del edificio. Inmediatamente salió del recinto con un  trote corto. Ya en el exterior, lo encontró sentado en un banco del precioso jardín del Casino mostrando una actitud apesadumbrada. Al llegar junto a él sus facciones estaban llenas de admiración e intriga.

 -    ¡Es usted increíble!. ¿Cómo pudo imaginar algo así?. – Madi lo miró con una triste sonrisa instalada en su rostro.
-    He leído muchas novelas baratas, no fue gran cosa. – Olmos no lo podía creer.
-    ¡Es usted increíble!. – Repitió. – Será acaudalado después de hoy, pero…No se lo ve feliz. ¿Qué le pasa?. –
-    ¿No se da cuenta?. – Le preguntó Madi. Olmos lo miró muy confundido.
-    No…No me doy cuenta… ¿De que?. –
-    Pues que en doscientos años la gente habrá cambiado muy poco. He perdido la fe en el futuro.
A Olmos se le borró la sonrisa de la boca.

 

miércoles, 11 de enero de 2012

Sexto Relato


                                                                         Dos en Uno…

Era una realidad.
El asteroide chocaría contra el planeta en menos de cinco años extinguiendo toda la vida en el mismo y dejándolo inhabitable por trescientos años.
La junta de naciones vivía en sesión permanente desde que se confirmó el hallazgo seis meses atrás y, por fin, el informe de los estudios científicos había llegado. Era bien escueto:
“Solo la utilización de todo el arsenal nuclear del mundo lanzado contra el asteroide podría traer alguna esperanza de detenerlo”.

La decepción fue muy grande, ni siquiera traía alguna certeza. Muchos mandatarios opinaban que había que hacerlo, que si alguna esperanza había, se debía intentar. La moción fue aprobada unánimemente y se pidió a cada nación que presentara un inventario de su arsenal nuclear. Dos meses después los inventarios eran presentados y, una vez expuestos en la junta, armó un gran alboroto de indignación. 
Las potencias mundiales mentían descaradamente seguramente movilizadas por el hecho de no quedar “atómicamente” desguarnecidas. Ni siquiera ante tal calamidad eran capaces de mostrar sensibilidad. Por poco confiables los inventarios fueron desestimados y la moción revocada, de modo que todo volvió a fojas cero. Entonces una nación, una de las diez más poderosas, pidió que se escuchara a Tomas Wad, un científico de fama mundial autor de innumerables libros de ciencia, pilares de todas las universidades del mundo. Wad expuso:

Si no podemos usar el arsenal nuclear mundial, única esperanza a la vista, entonces debemos pensar en como preservar la raza humana. Manejamos la técnica de criohibernación a la perfección por lo tanto podríamos construir naves espaciales que saquen a la gente del planeta y mantenerlos congelados durante tres siglos hasta que el planeta vuelva a ser habitable. Mientras tanto las naves estarían en órbita con el planeta a una distancia prudencial”.
Una andanada de comentarios obligó al presidente de la junta a pedir silencio. El mandatario de la mayor potencia mundial pidió la palabra. Inmediatamente le fue concedida:
“Doctor Wad: ¿Cómo cree usted que en cinco años podríamos construir la cantidad de naves suficientes como para evacuar a la población mundial?”.
 Wad se puso de pie y pidió la palabra como manda el protocolo. Le fue concedida:

“Insulta usted mi inteligencia y su pregunta muestra una gran cuota de hipocresía. Usted pretende que sea yo el que lo diga y le daré el gusto: Eso es imposible. Cada país deberá hacer una selección cuyo número dependerá de parámetros a determinar. Yo opino que solo se podrá salvar a unas pocos centenares de millones”. Dicho esto Wad se sentó y no volvió a hablar. El mandatario de su país le dio a las palabras del científico la forma de moción y esta se aprobó por unanimidad. Claro, dentro de esa junta se sintetizaba toda la plana mundial industrial, financiera, política, militar, etc. En suma, toda la desgracia del planeta. Por supuesto la repartija de lugares en las naves no fue equitativa teniendo las naciones más poderosas la mayoría de los lugares, pero aún las menos influyentes destinaron sus pocas plazas a las familias de los mandatarios más encumbrados y la gente de su entorno inmediato. La asignación de plazas fue concluida y presentada cuando aún ni siquiera se habían empezado a planificar los trabajos de construcción, los que solo se inicializaron unos tres meses después. Se asignó para la colosal obra un enorme desierto de trescientos kilómetros de largo por quinientos de ancho. 

Unas veinte millones de personas fueron contratadas para los trabajos pero toda la plana intelectual y la de control pertenecía al entorno de Wad, unos doscientos científicos, ingenieros y técnicos, quienes a su vez poseían su entorno de confianza. Toda esta gente totalizaba unos diez mil trabajadores, todos absolutamente incondicionales a Wad. Nadie  ianza que despertaba el prestigio del cient toda la plana intelectual y la de control pertenecpuso la más ínfima objeción a este detalle, tal era la confianza que despertaba el prestigio del científico. Cuando todo estuvo establecido, un año más tarde, Wad informó secretamente a la junta, dado que esto se ejecutaba de espaldas al mundo:

“Se construirán diez mil naves con capacidad para veinte mil tanques criogénicos cada una, lo que totalizaría unos doscientos millones de personas. Estará todo listo en dos años y medio trabajando a destajo, las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días. Las naves serán robóticas no tripuladas y su mando central estará en la nave que yo y mi equipo ocupe. Para alcanzar una distancia prudente antes del impacto deberán ser capaces de desarrollar una velocidad tal que solo los impulsores nucleares pueden proveer, así que, ya que no fueron capaces de proveer armamento para salvar al mundo, espero me suministren la suficiente materia prima radiactiva para elaborar los reactores y salvarse ustedes y sus familias. El abordaje se hará una semana antes del impacto. Cuatro días antes de esa fecha todos los pasajeros deberán estar congelados. La ocupación de las naves se repartirá en tres categorías: Titulares (Cabeza de familia), esposas y/o parejas e hijos. Las naves de los titulares no podrán completarse con ninguna de las otras dos. Eso es todo. No contestaré preguntas”.
Una semana antes del impacto el asteroide estaría apenas entrando al sistema solar y podría ser claramente advertido a simple vista. Parecía mentira que ninguno de los otros planetas se cruzara en su camino pero las matemáticas no mentían, lo que es chocar, chocaría.
Finalmente llegó el día. Doscientos millones de personas fueron discreta y organizadamente trasladadas a las mega-instalaciones del desierto y, a través de túneles, alojadas en estrechos e incómodos cubículos a la espera de ser congeladas bajo tierra y sus tanques instalados en la nave precisa. Seis millones de personas trabajarían servil y febrilmente en ello para salvar a una ínfima y privilegiada porción de la población mundial para nada representada en aquellos afortunados que si sintetizaban la desgracia histórica del mundo.
Diez mil flechas plateadas, preciosas, imponentes, apuntaban al cielo en un ángulo de treinta grados esperando a sus ocupantes.
Con precisión de relojería los titulares fueron embarcados y en un momento determinado Wad, desde un puesto de mando remoto, ordenó a los sistemas autónomos el despegue de las diez mil naves. El estruendo fue breve pero atronador, la enorme flotilla pronto se perdió de vista. Instalados cómodamente en una sala, Wad y su equipo observaban como las naves abandonaban la atmósfera terrestre.
-          ¿Crees que funcionará?. - Preguntó su asistente más cercano.
-          Claro. Cada nave posee una carga atómica para destruir un centésimo del maldito asteroide. Son diez mil… -
-          ¿En cuanto tiempo despertarán?. –
-          En una o dos horas. Navegarán un mes antes del impacto, no sentirán nada, tienen comida y bebida de sobra. Además les hice un video explicativo de su destino que se activará quince minutos antes del impacto. Por más que intenten lo que intenten nada podrán hacer. –
-         ¿Cómo se explicarán la salida de hibernación?. –
-          También les hice un video que la justifica como paso previo a un lapso más prolongado. He alterado los relojes de las naves. Cuando despierten pensarán que pasaron veinte años. No sospecharán nada. –
-          Has tenido suerte en ese sentido. Verdaderos genios fueron embarcados en el fraude. –
-          Cuando es el culo lo que intentas salvar te crees cualquier pavada, así somos. –
-          ¿Cuándo trasladamos a las mujeres y los niños?. –
-          Luego que les informemos de la situación los devolveremos a sus hogares. Todavía están esperando embarcar. –
-          Ha salvado al mundo, Doctor, ¿Cómo se siente?. –
-          Verdaderamente bien. Hemos destruido un asteroide y limpiado el planeta de su peor basura en un paso. Dos en uno. Espero que se sepa aprovechar. -


                                      ………………………………………………………….         


martes, 10 de enero de 2012

Quinto Relato.


                                                                         El Anagrama

Lo veían venirse abajo día a día, como un árbol que se seca lentamente. Claro, antes los matrimonios no eran como ahora. Si se decía “Hasta que la muerte los separe” era así y no de otra manera. En algunos casos esta frase se transformaba en una mera cláusula formal, entonces, o se separaban o se “soportaban” toda la vida pero permanecían juntos y esto constituía la gran mayoría de los casos. Pero el caso de Emilio, ochenta años, no se enmarcaba en nada de lo hablado anteriormente. A Emilio le habían dicho “Hasta que la muerte los separe” y el dijo extasiado “Sí” porque estaba profundamente enamorado de Alicia, la que fue su mujer durante cincuenta años y que lo había dejado hacía cinco.
No lo pudo superar.
Víctima de un cáncer de páncreas que se la llevó en un mes, Alicia se marchó dejándolo perplejo, solo y absolutamente desconsolado. Solo encontraba un leve resuello a su inconsolable dolor cuando se encontraba entre alguno de sus tres nietos, particularmente Matías, de quince, que quien sabe por que razón pasaba la mayor parte de su tiempo libre en su casa dándole charla. En realidad cuando Matías lo visitaba el tiempo pasaba muy rápido y llegó a la conclusión de que eran almas gemelas. Hablaban de todo, de cosas nuevas, de cosas viejas, reían, jaraneaban, y cada uno escuchaba al otro con total interés y atención. Pero, claro, Matías veía que su abuelo y amigo se estaba viniendo abajo y no podía pasar todo el tiempo con él aunque lo deseara de alma. Debía intentar algo, encontrarle un pasatiempo muy adictivo que le consumiera las horas hasta que él pudiera visitarlo. Y entonces le dijo:
“Abuelo, ¿Por qué no haces un curso de computación?”.
Contra todos los pronósticos y tomando por sorpresa al mismo Matías Emilio solo dijo: “Bueno”.
 
Lo que nunca pudo imaginar fue cuanta tortura y dolor le traería esa simple palabra. Sabía de unos cuantos amigos suyos que se habían metido y les había gustado pero siempre encontraba en sus rostros algo de conflicto cuando le hablaban del tema.

El sufrimiento comenzó cuando intentaron enseñarle a manejar un pequeño aparatito que desplazaba una flechita por la pantalla y que había que embocarla donde correspondía porque sino las cosas andaban mal. No era que Emilio tuviera artrosis o alguna afección que le dificultara el pleno manejo de sus manos, en realidad Emilio no padecía de absolutamente nada, poseía la salud de un roble. Le habían dicho que ese aparatito se llamaba “Mus” o Mause” o “Maus”. Cuando le contaron que si le llamaba ratón era exactamente lo mismo se alivió un poco. Pero luego que aprendió a duras penas el manejo del ratón vino lo peor.

Sistemas Operativos, Internet, Mail, Oficce, Windows…la ensalada de palabras amenazaba con hacerle estallar la cabeza. Finalmente, y con los meses, logró aprobar el curso (nadie reprueba) y llegó a su casa con un precioso diploma de un curso gratuito dictado por el estado ansioso por mostrárselo a Matías. Ese día su nieto llegó un poco tarde pero nada más atravesar la puerta que le puso el certificado ante sus narices.

-¡Genial, Abuelo!. ¡Eres lo máximo!. –
 Emilio espantaba hipotéticas moscas con las manos intentando hacer gestos de modestia y bajando algo la cabeza.

-         Bah, fue fácil… - Matías sonreía expectante, como esperando algo. Como el silencio del chico se prologaba Emilio preguntó:

-          ¿Qué te pasa?. – El chico lo miraba perplejo.

-          ¿Es que no me vas a mostrar lo que sabes hacer?. –

-          Y… si… Mañana me acompañas al instituto y te muestro. – El chico no salía de su asombro.

-          Pero Abuelo… ¿No te vas a comprar una computadora?... – Emilio exhibió una cómica cara de sorpresa.

-          ¿Una comp…?. ¿Para qué?. – Matías le sonreía encantadoramente.

-          ¡Para aplicar lo que aprendiste!. –

-          ¡Ah,…claro!. Yo creí que solo querías que hiciera el curso y… -

-          Abuelo, ¿vamos mañana a comprar una compu.?. –

-          Y… bueno…dale. –



Y fue así que, en medio de una danza de Gygabites, Gigaherzt, LCD, plasma y demás yerbas se inició la aventura de adquirir una computadora. Emilio se preguntaba porque el vendedor usaba una jerga tan técnica para describir a los productos en lugar de calificar con el nunca bien ponderado “Muy bueno”, “Bueno”, “Malo”. Parecía que para comprar cualquier cosa uno debía ser todo un entendido en estos tiempos. Se ve que era una característica de estos jóvenes modernos, mostrar y mostrarse, como en una vidriera, quien sabe para que.
 Finalmente, y para alivio de Emilio, Matías dijo: “Esta” y el trámite se terminó. El anciano pagó en efectivo, a Emilio no le sobraba pero tampoco le faltaba en modo alguno, y ambos, algo cargados, partieron hacia la centenaria morada del anciano.
Las semanas siguientes significaron para Matías un auténtico desafío pero no paró hasta que su abuelo le demostró que podía manejar los asuntos de Internet con una razonable habilidad. De esta manera el octogenario se entretenía mirando presentaciones de insólitos lugares del mundo, actualizándose en las noticias, el clima, etc y atendiendo muy bien su casilla de mail. No eran pocas las veces en que Emilio, con disculpas ante nada, llamaba a Matías para evacuar alguna duda. Para Matías las disculpas de su abuelo le resultaban innecesarias, para él era un placer servirle de algo, se sentía correspondiendo tantos años de cariño, amistad y compañerismo, y se esforzaba por demostrárselo. Matías era un chico especial.
Pero hete aquí que de un día para el otro dejó de llamar.
Matías estaba de exámenes trimestrales y en esa semana solo pudo intentar llamarlo varias veces pero sin resultados. Les comentó a su madre y su padre tal singularidad y, tras cruzar una mirada que llenó a Matías de sus peores miedos, se dispusieron a llegarse hasta la casa del anciano. Matías no fue pero su mente se colmó de las peores sospechas.
Sus padres encontraron a Emilio con setenta y dos horas de fallecido, tendido en el sofá del living, apenas reclinado y con una sonrisa plena de placer en el rostro. Parecía dormido si se obviaban los efectos cadavéricos de tres días. 
El funeral fue a ataúd cerrado, sencillo y muy sentido pero Matías no encontraba consuelo. Por más que padres y hermanos trataran de llevarle alivio, no podía salir de su enorme pena.

Había perdido a su mejor amigo y eso, para un adolescente es una pérdida letal.
Pero los meses pasaron y la vida sigue. Un día sus padres le anunciaron que habían puesto en venta la casa de Emilio y que, con toda la pena del mundo, había que desocuparla ese mismo domingo. Era lunes y Matías, juntado coraje, le solicitó a sus padres le dejaran ir solo a la casa. Sus padres cruzaron una mirada y luego la enfocaron, condescendientes, sobre el chico.
-          ¿Crees que te hará bien?. –
Matías asintió con la cabeza pero sabía que iba a ser un trance doloroso.
Fue así que lo llevaron hasta el domicilio y allí le dejaron no sin antes advertirle que lo recogerían en una hora, no más. Matías se enfrentó a la puerta de la casa introdujo la llave en la cerradura y dio comienzo al misterio.
Una vez adentro cruzó el living deambulando por la vivienda y mirando cada objeto de cada metro cuadrado, hasta que llegó a la pequeña salita donde estaba la computadora. Sin saber porque se sentó ante la pantalla y encendió la máquina. Acto seguido abrió el explorador de Internet y sin más se fue a la página del mail de Emilio. El mismo Matías fue quien le había creado el correo por lo tanto se sabía nombre de usuario y contraseña. Ante él apareció la página principal del servidor. Matías abrió la bandeja de entrada. 
 Aparecieron varios mensajes del mismo Matías y otros tantos de un tal “ABUL_AALI” asentado en un servidor que Matías no conocía. Cuando intentó abrir uno de los cinco que había este no respondió y se borró de la bandeja. Intentó con otro con el mismo resultado, no se mostraban. Desorientado se preguntó quién sería el astuto que lograba proteger sus mensajes de  manera tan sofisticada. Abrió otra copia del explorador y tipeó en Google el dominio del servidor. Arrojó pocos resultados y ninguno era un servidor de mail. El identificador, “ABUL_AALI”, sonaba a árabe o turco, Matías estaba totalmente desconcertado. Siguió deambulando por la casa hasta que se enfrentó con el sillón preferido de Emilio, aquel donde lo encontraron muerto. Lo miró a lo ancho y a lo largo. En el extremo izquierdo había una pequeña mesita de noche con una antigua lámpara encima, junto a la lámpara un block de notas y un lápiz. Sobre la primera hoja se leían unas palabras encolumnadas. Matías tomó el block pero un primer vistazo solo arrojó confusión dado que ninguna palabra parecía tener sentido. Pero una nueva mirada le arrojó plena luz cuando observó que en la cima de la hoja había una palabra subrayada: “ABUL_AALI” y el resto de las palabras eran anagramas, combinaciones distintas de las letras de la palabra que encabezaba la hoja. La letra era de Emilio, para Matías eso estaba claro. Lo que no entendía era que buscaba su abuelo con ese jueguito. Los distintos anagramas se sucedían por espacio de tres hojas.
Hasta que Matías llegó al anagrama final, subrayado con tanta vehemencia por su abuelo que rasgó la hoja de papel. El chico quedó boquiabierto y conmocionado. La lectura de esa frase cambiaría para siempre su forma de ver la vida. Muchas veces la fe es algo en lo que queremos creer, sin lógicas ni razones ni cuestionamientos. Queremos creer y punto, y lo que se instaló en la mente de Matías ese día fue una fe tan pura que no admitía relevamientos de ningún tipo. Matías “supo” que su abuelo se fue de propia voluntad, se quiso ir… “Porque alguien lo llamó”. No interesaba que decían los mail’s extraños ni porque no se podían abrir, ni tampoco importaba el inexistente servidor, ni el mero hecho de que Emilio quizás tampoco los pudiera abrir. Lo que si importaba era el anagrama final que rezaba: “LA ABU ALI”, que era la manera en que Emilio se refería a su esposa delante de sus nietos.

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